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De pronto, ¡cataplum!, se precipitó sobre un  montón  de ramas y hojas secas, y la caída había terminado.

Alicia no sufrió el menor daño, y, en un instante, se levantó de un salto.

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Miró hacia arriba, pero todo estaba oscuro; ante ella se abría otro largo pasadizo, y pudo ver dentro de él al Conejo Blanco, alejándose a toda prisa. Alicia, sin vacilar, corrió como el viento, y llego justo a tiempo para oírle decir, mientras doblaba una esquina:

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—¡Oh, mis orejas y bigotes, qué tarde se está haciendo! Iba casi pisándole los talones, pero cuando dobló a su vez la esquina, no vio al Conejo por ninguna parte. Se encontró en un amplio y bajo corredor, iluminado por una fila de lámparas que colgaban del techo. 

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Había puertas alrededor de todo el vestíbulo, pero todas estaban cerradas con llave, y cuando Alicia hubo dado la vuelta, bajando por un lado y subiendo por el otro, probando puerta a puerta, se dirigió tristemente al centro de la habitación, y se preguntó cómo se las arreglaría para salir de allí.   (Continúa en el video)

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Nora Galit. "Como las flores"

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I

En la madriguera del conejo

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